Un día el destino hizo que descubriera que mi pequeña existencia en el mundo no estaría llena, si no estaba entre pinceles, colores y demás aparejos del quehacer de caballete.
Después no entendía que mi mente y/o mis manos no estuvieran ocupadas, bien buscando lo quería expresar o pintando aquello que mi mente me quería decir.
Discípulo de lo que mis ojos ven y entiendo de lo que la Naturaleza me muestra, voyeur de museo, buscando respuestas a mis dudas; discípulo encubierto de aquellos que admiro... Rafael, Ingres, Picasso, Dalí, Gaya o Pedro Cano, y tanto otros grandes maestros.
Más tarde acusé de mi interior, y entendí que debía alzarlo y representarlo en la conformación de mi obra; pero sin luchas, sin querellas, para que no se asustase y huyese, pues quería mostrárselo al universo humano que tanto quiero.
Río, salto de alegría, incluso a veces lloro, cuando encuentro que mis manos y mi entender han sabido expresar lo que yo oculto me ha mostrado.
Miro al pasado sin miedo, mis equivocaciones, mis errores, reconociéndolos, buscando corregirlos y queriendo dar lo mejor de mí, hoy, mañana y al otro.
Agradezco muy sinceramente, lo que aprecian mi trabajo, pues entiendo valoran mi dedicación, mi esfuerzo por intentar dar algo bueno a este nuestro mundo.